sábado, 1 de septiembre de 2012

La literatura popular, una puerta al conocimiento oculto.



    Cuando el buen lector se propone desenredar la cantidad de simbología que se encuentra en los diferentes textos puede aplicar un centenar de herramientas que están a su disposición. Los que trabajamos en el mundo de las letras podríamos implementar la Narratología y su estructura de “cajas chinas” –método que a mi parecer diluye muchísimo la significación de la obra si no se sabe aplicar correctamente–, o la Hermenéutica. Pero generalmente nos olvidamos del sentido antropológico de la literatura, y en particular de los cuentos populares, que nos ayuda a acceder el significado esotérico, espiritual y elevado de las letras. Algo tan sencillo como leer “Caperucita Roja” puede transformarse en el puntapié inicial para realizar un estudio exegético de los símbolos mágicos que aparecen en la literatura popular. 

       La palabra no esperó al hombre para existir. La palabra parte desde los Dioses. Vemos en muchas culturas que el origen del Universo se da con la primera palabra proliferada por una deidad. En el Antiguo Testamento, por ejemplo, o en los mitos cosmogónicos de los guaraníes. Pero existe algo anterior a la palabra, una herramienta que es el sustento de ella: la Voz. La voz tiene presencia física en el espacio, tiene ritmo, amplitud, altura, timbre, registro. Es decir, una cantidad de elementos a los que cada cultura les ha entregado un valor simbólico particular. La voz desborda a la palabra, la personaliza y la coordina. 

      Antiguamente la palabra, y en particular la sabiduría de los cuentos, le pertenecía a unos pocos individuos, a veces chamanes o sanadores que se encargaban de mantener viva la tradición de tal o cual pueblo. Actualmente la palabra ha muerto, no se le otorga la importancia y la presencia que debe tener. Las palabras crean y destruyen, el silencio integra. Si miramos hacia atrás veremos que la divinización de la palabra se ha ido perdiendo –algunos culpan a la escritura–. 

     Nosotros, los brujos, somos los pocos que reconocemos el saber de la palabra, conocemos su poder y de lo que es capaz, por eso la manejamos con sumo cuidado. Es nuestro deber acceder a los cuentos populares a los fines de preservarlos y de aprender de ellos. Si podemos desentrañar los cuentos orales, que tienen una estructura menos compleja y más lineal que los cuentos y las novelas escritas, podremos acceder luego a la complejidad esotérica, por ejemplo, del Don Quijote. 
    Tomaremos, entonces, como punto de partida para el análisis esotérico de la literatura, los cuentos populares. Sabemos que los cuentos de hadas siempre se han utilizado como la base de estudios antropológicos, psicológicos y metafísicos. Siempre se los ha considerado como algo más importante, como un reflejo de la realidad, tanto externa como interna. 
     Se ha construido en diversas civilizaciones una enorme colección de tabúes respecto a los cuentos. Eliade nos cuenta que el saber de los cuentos, en muchas tribus, sólo era heredable de hombre a hombre y que las mujeres no podían participar, generalmente, de los ritos en los que se contaba un cuento. En otros sitios, como en el norte de África, contar cuentos por la mañana era considerado de mala suerte y contribuía a que el cabello se cayera. Algunos ancianos en Europa aún mantienen la tradición de contar cuentos por la noche, con ventanas y puertas cerradas.
     Contar un cuento es revivirlo; la palabra tiene el poder de traer el presente cualquier cosa. Desde este punto de vista son muy entendibles algunas de las supersticiones. La palabra no nos recuerda que Caperucita cruzó el bosque alguna vez, la palabra hace que Caperucita esté cruzando en ese mismo momento el bosque, junto a nosotros. 
    Está de más aclarar que la vinculación entre el ocio, la educación y lo mágico se hace presente en esta clase de fenómenos sociológicos. Sería innecesario decir que con este texto intentamos volver a divinizar la palabra y que tomamos a Caperucita porque es un ejemplo mundial, pero sabemos que no es en ninguna instancia un relato mágico o religioso. Y sucede que es inevitable desprender la magia de la educación y del ocio en los cuentos populares. 
    Aunque los cuentos son milenarios, los tópicos que tratan son relativamente pocos y terriblemente entrelazados entre sí, con unos personajes muy delimitados que aparecen tanto en el folklore tribal primitivo como en el exquisito cuento popular ruso. 
    Los temas que se repiten con más frecuencia son los que hablan del descenso del alma al mundo, sus experiencias en la vida, la iniciación y la búsqueda de la unidad, las pruebas y las tribulaciones para alcanzar esa unidad y el ascenso. El tema más conocido es quizá el Paraíso Perdido y Recuperado, como en el caso de Cenicienta, que tiene vinculación con la desgracia inicial –que hace despertar al personaje–  y con el final feliz. Genette, un narratólogo y estructuralista, habla de un “equilibrio recobrado”, similar pero no igual, en el final de los cuentos y las obras en general. 
    Hay cuentos en los que se desarrolla la cuestión del tabú,  representada con una puerta vedada, como en “Barba Azul”. En algunos casos se desarrolla el tabú del verdadero nombre, como en “Rumplestilskin”.
La colaboración de un animal agradecido o un pájaro que habla y puede ejercer poderes mágicos también es un tema Universal. A veces estos animales ejercen sus poderes sin trueque de por medio, como cuando el Gato con Botas eleva a su amo a la categoría de Marqués o las pájaros en Cenicienta. 
    Aparecen con frecuencia los vuelos mágicos y la capacidad de cambiar de forma, seguramente herencia del chamanismo. 
   Todos estos temas poseen una gran carga simbólica, y digo simbólica y no arquetípica. Se ha caído en el error de aseverar la existencia de los arquetipos en la cultura. Nada tiene que ver la imagen del inconsciente en el entorno antropológico que intentamos desarrollar. En la cultura, un símbolo es significado y  símbolo a la vez, por ejemplo, el agua es agua y al mismo tiempo remite al útero y la creación. Los cuentos están ideados para poder percibir esta doble naturaleza, no son sólo arquetipos amontonados que no tienen otro fin que el de explicar el funcionamiento de la psiquis humana. Los cuentos grafican historias Y nos enseñan lecciones. Reducir la maraña de símbolos a una teoría psicológica es desaprovechar el contenido de la cultura popular. Que resuenen en nuestra psiquis es otra cosa. No debemos tampoco remitirnos a una sola teoría para analizar las narraciones, porque sería empobrecer la interpretación. Un equilibrio entre la interpretación arquetípica y la antropológica, como la que realiza Graves para los mitos sería, a mi juicio, lo ideal. 
    A veces se complica a la hora de diferenciar un cuento de otras obras simbólicas, como los mitos, las sagas y las leyendas. El mito pertenece a la raza y se integra con ella, atesora partes de su historia ficcionalizándolas. Refiere a cuestiones del otro mundo, deidades y seres divinos. En la saga y en la leyenda el hombre va en contra de la naturaleza, poseen gran acción y lo sobrenatural se relega en un plano secundario. Mientras que en cuento de hadas, o el cuento popular, es emotivo, carece generalmente de elementos históricos y genera un mundo aparte con sus propias reglas. En el cuento todo tiene capacidad de transformación, las aves, los peces, las plantas, las estrellas. Por otra parte, los hombres pueden convertirse en piedra o cocinarse en un horno. En los cuentos de hadas, el héroe no puede morir, revive, se reintegra a la historia. En las epopeyas, en las sagas y leyendas, si el héroe muere no hay marcha atrás. 
    Estos elementos son claramente unibles a la realidad mágica. Por ejemplo, los animales representan a los familiares, el hecho de ser devorados por un animal nos remite a la Noche Oscura, al enfrentamiento con nuestra sombra, paso tan necesario en la iniciación esotérica. 
    La magia es materia prima de los cuentos de hadas. Fijémonos en los números: la repetición, en especial por triplicado, es muy común en los cuentos, también en nuestros rituales y hechizos. 
    En la magia es sabido que el nombre de cada brujo es secreto y que contiene la esencia y el poder de él. ¿Cuántos antagonistas de los cuentos han sido derrotados al saber el héroe su nombre verdadero? Conocer un nombre es tener poder sobre la existencia del que porta ese nombre, la mitología egipcia nos lo ha comprobado. 
    Los héroes en los cuentos adquirieren un nombre mágico luego de una iniciación, como ocurre en muchas civilizaciones. Si no se tiene un nombre, no se existe en tal o cual entorno. Reconocer el nombre que vibra en nosotros es reconocer nuestra esencia. Por eso no exageramos al darle importancia al nombre con el que nos llamaremos a nosotros mismos luego de una iniciación, los cuentos nos relatan muchos episodios en los que sin querer alguien descubre una palabra mágica por error y desencadena desgracias. Las frases de poder son otro rostro del Poder del Nombre, como lo vemos en “Alí-bábá”. Sin duda, los códigos y los conjuros tienen una cierta vibración que abre ciertas puertas y hace correr ciertas energías. No puedo evitar pensar en los códigos de los masones y en los saludos rituales de ciertas religiones, como en el Palo Monte.
    La prohibición del nombre alcanza también a las Hadas, de allí que se las nombre como “Gente Pequeña”, “Buena Gente”, “Buenos Vecinos”, etc. A algunos animales no se los nombraba por miedo a atraerlos, al lobo se lo llamaba “el corredor del bosque”. Algunos Dioses tenían una presencia tan temible en la vida del hombre que se usaban eufemismos para referirse a ellos, como las Furias, que se las llamaba Euménides o el Orixá Xapaná que no se nombraba por temor a la peste, o el mismo Hades. En Roma, el nombre de la deidad patrona de tal o cual ciudad era mantenido en secreto, para que nadie pudiera torcer la voluntad del Dios mediante ofrendas. 
    Seguramente todos recordarán a “Vasalisa”, historia que no veo necesario narrar pero que pueden consultar por cualquier página web –aunque recomiendo la versión de Clarissa Pinkola Estés–. El cuento comienza con una madre moribunda que bendice a su hija: en el camino mágico podemos asociarlo a la pérdida de la inocencia. Iniciarse es crecer y crecer es dejar de ser un niño. Dejar morir a la madre buena es alejarse de nuestro entorno seguro, del mundo cotidiano en el que letárgicamente nos desenvolvemos.        Recordemos que la madre le regala una muñeca que resulta ser mágica, elemento considerado por Campbell como “ayudante”, o fuerza divina que colabora con el héroe en su aventura. 
     Cuando la madre de Vasalisa muere, el padre vuelve a casarse y la familia putativa de la niña comienza a hacerle la vida imposible. Casualmente son tres las mujeres que la atormentan: dos hermanastras y una madrastra. Representan el lado oscuro de la existencia, las apedreadas que nos dan cuando nos alejamos de nuestro mundo seguro. El número tres indica que allí comienza algo, como diría Jung. Los tropiezos que tenemos al intentar buscar una puerta en medio de la oscuridad se reflejan en cada uno de los maltratos de las mujeres. Sería un retroceso que aquellas tres figuras son precisamente mujeres porque la mujer representa al mal, pero podríamos decir, sí, que son una suerte de mujeres que han negado la aventura, resentidas por no haber sido iluminadas: aquello en lo que Vasalisa se podría convertir si se niega a andar por el bosque. Resulta curioso que las mujeres odiaran a la niña por la dulzura –la niñez, la inocencia–, elemento que se pierde en la aventura y que al final se reintegra siempre al héroe, sea en los cuentos o en la vida mágica. No maduramos, nos concientizamos de algo que tenemos y que nos sirve. 
Vasalisa aceptaba todo lo que le decían las mujeres y nunca se quejaba, mientras que las otras siempre se peleaban entre sí: la diligencia del brujo al adentrarse en el mundo mágico. La humildad necesaria para reconocer la divinidad y la igualdad en todo. 
     La madrastra y sus hijas deciden entonces apagar el fuego para hacer que Vasalisa vaya en busca de leña y así caer en manos de Baba Yagá. La falta de fuego es un elemento sumamente significativo: no tener guía, ni contención, ni familia, no tener resguardo. 
    El hecho de adentrarse en el bosque en la noche simboliza entrar en una zona desconocida, una zona con sus propias leyes. Al perderse, Vasalisa le consulta a la muñeca el camino y la muñeca le responde, a lo que la niña responde simplemente haciéndole caso, sin ninguna sorpresa. En este punto, la muñeca es una exteriorización de la divinidad que habita en la niña, la voz del alma que coordina la existencia del cuerpo. La indecisión, como siempre, ocurre en un cruce de caminos, punto en el que se interconectan mundos. 
Para muchas religiones la significación de los jinetes blanco, rojo y negro es evidente. Basta con recordar los cordones de los grados wiccanos. Vuelve a repetirse el número tres. Yo interpreto a los jinetes  como representaciones de los momentos del día, y a la vez como un símbolo de inmutabilidad, es decir, Vasalisa haría lo que hizo sea el momento que fuere. La protagonista pregunta a la muñeca cada vez que encuentra un cruce de caminos y es interesante que pregunte el camino “para volver a casa” –por lo menos en el texto que yo estoy utilizando– y que la muñeca la lleve a la casa de Baba Yagá. Es decir, el cuento nos está advirtiendo que la que manda desde un principio es Vasalisa, porque es orientada por su intuición. El que sigue tu corazón jamás conocerá desgracia. El brujo debe guiarse por su visión interna y plantearse en cada encrucijada lo que está haciendo, así llegará a buen puerto. 
    Alimenta con pan a la muñeca: la muñeca come, necesita ser alimentada, como nuestro interior. Si no nutrimos nuestro ser poco a poco la llama de la divinidad irá ocultándose y nos convertiremos a un cuerpo que respira. La brujería atina al camino contrario, el camino de Vasalisa: rencontrarse con la intuición, con nuestra alma. 
    La niña pronto llega a la cabaña de la bruja, que está construida por huesos y calaveras. Nos están advirtiendo de todos los que no han podido cruzar al otro lado, no han pasado las pruebas. También nos recuerda de dónde venimos, porque para enfrentarnos a la oscuridad, en este caso representada por la bruja, debemos tener bien en claro quienes somos. La historia está hecha de valientes, los cobardes se convertirán en cráneos para la casa de Baba Yagá. 
   Baba Yagá viajaba en un caldero: la oscuridad habita en la emoción, en el agua. No es algo que pueda identificarse fácilmente, se escabulle, revuelve dentro de nuestra mente. Intentamos volver a la Diosa, a su útero, pero en la puerta del útero tenemos a Baba Yagá que nos pide mirarnos al espejo. La Diosa se presenta como la Bruja que nos enfrenta a nuestra sombra, nos enseña que el mundo mágico no es rosado, que hay que enfrentarse a uno mismo para encontrar lo que buscamos. 
    Vasalisa no le dice “bruja” a Baba Yagá, le dice “abuela”, como si reconociera que Baba Yagá no es otra cosa que su propia sombra, que la Diosa Oscura de su interior. Es cortés con ella y la saluda como corresponde. Tiene miedo pero logra dominarlo. La bruja la reconoce y le dice que “fue la niña que dejó que el fuego se apagara”. La sombra también reconoce al héroe y lo enfrenta. Cuando Baba Yagá le pregunta por qué cree que ella la ayudará, la niña consulta a la muñeca una vez más y luego le responde “porque yo te lo pido”. 
    La fuerza de la voluntad y del deseo se encierra en este punto de la historia. La bruja accede simplemente porque Vasalisa lo desea. El pilar fundamental de la magia es la voluntad, es la energía que moviliza a las demás fuerzas, la coordinadora de toda la existencia, la que impulsa a los cuerpos y a las almas. 
Pero Baba Yagá no puede darle el fuego así como así, la niña debe trabajar para ella y ganarse el fuego. La luz toma el sentido de “conocimiento”. Ningún conocimiento es gratuito. Y no digo que tenga un precio material, porque es obvio a que este nivel de análisis las nimiedades como el dinero no tienen cabida. El precio del conocimiento es el sacrificio. Y resulta que el trabajo que se realiza para obtener el saber mágico es más provechoso que el saber mismo, porque el saber que se supone se encuentra al final del camino en realidad ES el camino. 
    La oferta de la bruja es decisiva, si la niña falla, morirá. Algunos aseguran que la bruja se torna la misma Diosa en su aspecto de gobernante de las Almas, como si la sombra personal se prolongara y se uniera a la Diosa del Submundo. Cuando llegamos a esta parte en nuestra vida mágica no podemos hacer marcha atrás, hemos cruzado todos los pasos preliminares siguiendo nuestra intuición y accedimos a meternos en el meollo. Aquí abrazamos la experiencia o la experiencia nos devora a nosotros. 
    Vasalisa le trae comida a la bruja: las ofrendas que hacen que los ritos puedan comenzar, la entrega a la Diosa.
    Vasalisa lava la ropa: quita las máculas del pasado para poder integrarse a una nueva vida. 
    Vasalisa separa el maíz: recoge lo que le sirve de su anterior existencia y se aleja de lo que ya no tienen ninguna función.
    La muñeca resulta ser la que hace todo el trabajo mientras la niña duerme. Nos revela que el esfuerzo que se hace en la práctica mágica no es físico, sino que tiene que ver con el trabajo interno, con el ejercicio de las virtudes del alma. 
    La niña se atreve, tras haber tenido la aceptación de Baba Yagá, a hacerle algunas preguntas. La bruja le advierte que el exceso de conocimiento envejece a las personas. Obtener información no es obtener conocimiento, por lo que para aprovechar la información que nos dan y convertirla en sabiduría debemos tomarnos un tiempo prudencial. Hay enseñanzas que nos cuestan más y otras menos, pero es necesario que cada una de ellas tenga el espacio y el tiempo que les corresponde en nuestra vida. Vasalisa pregunta acerca de los jinetes y se abstiene de seguir preguntando gracias a la ayuda de la muñeca. Nuestra alma sabe lo que necesitamos y cuándo lo necesitamos, sólo hay que escuchar. 
    La bruja se sorprende al ver que la niña hace sólo tres preguntas y le pregunta cómo es posible que sea así, a lo que responde “tengo la bendición de mi madre”. Y automáticamente Baba Yagá reconoce la bendición y le pide a la niña que se aleje rápidamente de su cabaña, llamándola “hija mía” y entregándole una calavera luminosa. 
    Ante la bendición de los antepasados y la pureza de corazón, la sombra retrocede y se transforma. Desde mi Tradición podría decir que la Bruja reconoce la sangre mágica, el linaje de la heroína y se aleja porque respeta el obrar de ese linaje. Recordemos que si la madre de Vasalisa creó una muñeca mágica, entonces ella también debió tener poderes mágicos. La figura de la calavera luminosa no es otra que la del faro, de la luz obtenida que nos orienta de regreso, transformados, reabsorbidos en nosotros mismos. 
    Vasalisa le teme a la calavera, como nos ocurre a nosotros cuando comenzamos a conocer y comprender, pero, como la protagonista, no podemos abandonar lo aprendido, debemos seguir caminando. 
    Por último llegó a su casa y encendió el fuego. El equilibrio del comienzo ha sido reparado: hay hogar y hay fuego. La calavera termina convirtiendo a las mujeres  en pavesas en una suerte de ironía, como si aquellas personas que no estuvieran preparadas para ver el conocimiento terminaran quemadas por él, consumidas, vueltas ceniza. 
    Así podemos analizar cualquier otro cuento popular, hoy he citado a Vasalisa ateniéndome a gustos personales, pero remitiéndonos a la simbología mágica encontramos hermosas enseñanzas en los cuentos populares. Un mundo de espejos y reflejos se abre de ahora en adelante.  






1 comentario:

  1. Lo ame, la mitologia y el folklore Ruso son de mis favoritos en el mundo en verdad disfrute mucho de este texto de principio a fin, incluso di lectura dramatizada del cuento a la mitad del texto lo que me ayudo a digerirlo mejor, muchas gracias de nuevo por tan brilante y elocuente sabiduria, Diana sea contigo

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